Como un chicle de menta fuerte. Al principio era dura, hasta que me mascaron.
Fui perdiendo el sabor y la elasticidad. Porque me hincharon muchas veces y me explotaron las mismas.
Pensaba que se desharían de mi cuando supiese a su propia saliva. Ingenua de mi. Pero cuando no daba para más, cuando apenas podía sostenerme entre sus muelas, añadieron otro chicle.
Y me devolvió el sabor. Y pudimos hacer pompas más grandes. Hasta deshacernos casi por completo. Hasta que nos escupieron.
Porque, desgastados, juntos, supimos peor de lo que pude saber nunca sola.
Y yacimos en el suelo mucho, mucho tiempo. Nos pisaron tantas veces. Acumulamos tantos restos. Que nadie podía saber que habíamos sido chicles algún día.
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